Alain Bombard, el naufrago voluntario que cruzó el Atlántico solo y sin provisiones a propósito
En 1952 el médico francés Alain Bombard se
propuso demostrar que era posible sobrevivir a un naufrágio alimentándose de
los peces que pudieras pescar y bebiendo agua de la lluvia y agua de mar. Para
ello, y ante la incredulidad general, se lanzó a cruzar el Atlántico en una
zodiac de cuatro metros y medio de eslora, con un sextante, un reloj y una lona
para cubrirse como todo equipaje, en una aventura conocida como el experimento de Bombard.
Alain Bombard nació en París el 27 de octubre de 1924. Tras graduarse en
medicina en su ciudad natal, en la primavera de 1951 se encontraba en su primer
destino como médico en Boulogne-sur-Mer, en la orilla francesa del Canal de la
Mancha cuando se enfrentó a un terrible desastre: 43 marineros habían fallecido
en el naufragio del arrastrero Notre-Dame-de-Peyragues debido a un error de
navegación. En aquella época, el número de fallecidos en el mundo por
accidentes semejantes era de unas doscientas mil personas, y a pesar de que más
de la cuarta parte eran capaces de subirse a un bote salvavidas o a una balsa
tras el naufragio, acababan falleciendo tras espantosas agonías por la falta de
alimento y agua dulce.
Bombard decidió estudiar la manera de reducir ese número de víctimas. Para
ello comenzó a interesarse por la resistencia al hambre, a la sed y a la fatiga
de los náufragos que fueran capaces de subirse a un bote. Tras obtener una beca
de investigación en un laboratorio del Instituto Oceanográfico de Mónaco,
reunió una vasta bibliografía sobre naufragios, técnicas de pesca, vientos,
composición química del agua de mar, las especies de plancton, la estructura de
los peces y el comportamiento de los náufragos.
Así, se convenció de que los náufragos podrían sobrevivir mediante el
consumo de plancton, rico en vitamina C con la que combatir el escorbuto,
bebiendo líquidos extraídos de los peces crudos y agua de mar en pequeñas
cantidades, más la ocasional agua de lluvia, llegando a la conclusión de que
las posibilidades de supervivencia en el mar dependían de las siguientes
habilidades: conocer muy bien los vientos, las corrientes marinas y el clima;
poseer las más amplias nociones de navegación y técnicas marineras; y aprender
a alimentarse mediante los recursos que ofrece el propio océano. Ahora solo
tenía que demostrarlo en la práctica.
Ante la incredulidad de la comunidad científica, Bombard se hizo con una
Zodiac neumática de 4,60 metros de eslora por 1,90 de manga equipada con una
vela de 3 metros cuadrados, a la que muy propiamente bautizó como L’Heretique (El Hereje). Aunque su intención era
cruzar el Atlántico, decidió primero hacer un viaje de prueba en el
Mediterráneo entre Mónaco y las islas Baleares. Y para esta primera aventura,
contó con la compañía del panameño de origen británico Jack Palmer. Tras partir
el 25 de mayo, alcanzaron Menorca dos semanas después, el 11 de junio, tras
haber comido en todo el trayecto tan solo dos lubinas, unas cucharadas de
plancton y bebido varios litros de agua de mar.
La segunda etapa del viaje comenzó el 11 de agosto de 1952 en Tánger, pero
esta vez Palmer, seguramente espantado por el viaje de prueba, decidió no
presentarse a la partida. Así, Bombard, de 28 años de edad, iniciaba su
experimento en solitario. De Tánger a Casablanca, y de Casablanca hasta llegar
a Las Palmas de Gran Canaria el 3 de septiembre. Tras poco más de un mes de
preparación en las islas Canarias, durante el que le dió tiempo a ir a conocer
a su hijo recién nacido a París, el francés se lanzó a la aventura el 19 de
octubre desde el Puerto de la Luz, rodeado de numerosas embarcaciones de
curiosos. Por delante, 5.000 kilómetros de océano hasta la meta final de las
Antillas.
A bordo de L’Heretique, Bombard llevaba un sextante, un reloj y una lona
para cubrirse como todo equipaje. Aunque se embarcaron algunas provisiones, un
notario marcó con un sello el paquete para certificar a la llegada que Bombard
no las hubiera utilizado. El francés se fabricó un arpón atando un cuchillo con
la punta doblada a un remo, y con las espinas de su primera captura se hizo
anzuelos para pescar. Utilizaba un calcetín atado a una cuerda para recoger
unas dos cucharadas de plancton cada día, que sabía bien, con un regusto
similar a las gambas según el francés, a diferencia del pescado crudo.
Además de alimento, el pescado le proporcionaba agua dulce, cortando la
carne de los peces pequeños en trozos y exprimiéndolos con una camisa, sacando
una mezcla de grasa y jugo de sabor desagradable; con los peces grandes, podía
hacer cortes en su cuerpo y beber el jugo directamente. Para completar las
necesidades de hidratación, Bombard recurrió al agua de mar, tomando pequeñas
cantidades (no más de un litro al día) en cucharadas cada 20 minutos, dejando
que la saliva diluyera la sal del mar en la boca.
Otras penalidades envolvieron la aventura de Bernard. Una tormenta reventó
la vela, y tras sustituirla por la de repuesto, una nueva ráfaga de viento se
llevó la nueva, así que el francés no tuvo más remedio que remendar la original
y utilizarla hasta el final del viaje. Poniéndose en su papel de náufrago,
Bombard no contaba con ropa impermeable, así que ya desde el segundo día de
viaje estaba calado hasta los huesos (esto le sirvió para advertir que incluso
la ropa mojada retiene el calor, y es mejor alternativa que quitársela).
Navegando a merced de los vientos y las corrientes, Bombard se mantenía
alejado sin saberlo de las rutas comerciales. En todo su viaje, tan solo se
encontró con dos buques. A mediados de noviembre, el carguero Arakaka se tropezó
con el náufrago voluntario, al que invitó a subir a bordo. Aunque Bombard se
negó en un primer momento, la noticia de que se encontraba unos 1.000
kilómetros más al este de lo que pensaba (y más lejos de su meta) casi acaba
con sus fuerzas tras cincuenta y tres días de viaje. Así que subió al buque y
aceptó una ducha y una comida ligera. A pesar de todo, este encuentro le dió al
francés la moral y las fuerzas que necesitaba para acabar su viaje, y una vez
que aprendió a calcular correctamente la longitud, volvió a su balsa.
El 23 de diciembre de 1952, Alain
Bombard, el náufrago voluntario, el hereje, alcanzaba Bridgetown, la capital de
Barbados, tras sesenta y cinco días de viaje, 4.400 kilómetros, completamente
exhausto, con veinticinco kilos menos de peso y una grave anemia, deshidratado,
desnutrido, con un trastorno en la vista.
Tras el viaje Bombard relató su aventura en el libro “Náufrago voluntario”,
que rápidamente se convirtió en un éxito editorial. Las reacciones no se
hicieron esperar, y aunque el médico recibió más de diez mil cartas de
agradecimiento por su proeza y lo que había demostrado con su ejemplo, algunos
lo tildaron de loco y lo acusaron de haberse alimentado durante el viaje.
Condecorado con la Legión de Honor y la Orden al Mérito Marino, Bombard se
involucró en política, llegando a secretario de estado de Medio Ambiente
durante un mes en 1981 y eurodiputado durante catorce años. Además, su apellido
bautizó una línea de embarcaciones filial de Zodiac, las Bombard, de las que se
convirtió en su representante. El 19 de julio de 2005, el médico, biólogo,
escritor, político y aventurero francés fallecía en París. Aunque la persona ya
no esté entre nosotros, su nombre y su aventura perdurarán para siempre.