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lunes, 17 de octubre de 2022

 

Alain Bombard, el naufrago voluntario que cruzó el Atlántico solo y sin provisiones a propósito

Juan A Oliveira / 14/11/2020

En 1952 el médico francés Alain Bombard se propuso demostrar que era posible sobrevivir a un naufrágio alimentándose de los peces que pudieras pescar y bebiendo agua de la lluvia y agua de mar. Para ello, y ante la incredulidad general, se lanzó a cruzar el Atlántico en una zodiac de cuatro metros y medio de eslora, con un sextante, un reloj y una lona para cubrirse como todo equipaje, en una aventura conocida como el experimento de Bombard.

 

Alain Bombard nació en París el 27 de octubre de 1924. Tras graduarse en medicina en su ciudad natal, en la primavera de 1951 se encontraba en su primer destino como médico en Boulogne-sur-Mer, en la orilla francesa del Canal de la Mancha cuando se enfrentó a un terrible desastre: 43 marineros habían fallecido en el naufragio del arrastrero Notre-Dame-de-Peyragues debido a un error de navegación. En aquella época, el número de fallecidos en el mundo por accidentes semejantes era de unas doscientas mil personas, y a pesar de que más de la cuarta parte eran capaces de subirse a un bote salvavidas o a una balsa tras el naufragio, acababan falleciendo tras espantosas agonías por la falta de alimento y agua dulce.

Bombard decidió estudiar la manera de reducir ese número de víctimas. Para ello comenzó a interesarse por la resistencia al hambre, a la sed y a la fatiga de los náufragos que fueran capaces de subirse a un bote. Tras obtener una beca de investigación en un laboratorio del Instituto Oceanográfico de Mónaco, reunió una vasta bibliografía sobre naufragios, técnicas de pesca, vientos, composición química del agua de mar, las especies de plancton, la estructura de los peces y el comportamiento de los náufragos.

Así, se convenció de que los náufragos podrían sobrevivir mediante el consumo de plancton, rico en vitamina C con la que combatir el escorbuto, bebiendo líquidos extraídos de los peces crudos y agua de mar en pequeñas cantidades, más la ocasional agua de lluvia, llegando a la conclusión de que las posibilidades de supervivencia en el mar dependían de las siguientes habilidades: conocer muy bien los vientos, las corrientes marinas y el clima; poseer las más amplias nociones de navegación y técnicas marineras; y aprender a alimentarse mediante los recursos que ofrece el propio océano. Ahora solo tenía que demostrarlo en la práctica.

Ante la incredulidad de la comunidad científica, Bombard se hizo con una Zodiac neumática de 4,60 metros de eslora por 1,90 de manga equipada con una vela de 3 metros cuadrados, a la que muy propiamente bautizó como L’Heretique (El Hereje). Aunque su intención era cruzar el Atlántico, decidió primero hacer un viaje de prueba en el Mediterráneo entre Mónaco y las islas Baleares. Y para esta primera aventura, contó con la compañía del panameño de origen británico Jack Palmer. Tras partir el 25 de mayo, alcanzaron Menorca dos semanas después, el 11 de junio, tras haber comido en todo el trayecto tan solo dos lubinas, unas cucharadas de plancton y bebido varios litros de agua de mar.

 

La segunda etapa del viaje comenzó el 11 de agosto de 1952 en Tánger, pero esta vez Palmer, seguramente espantado por el viaje de prueba, decidió no presentarse a la partida. Así, Bombard, de 28 años de edad, iniciaba su experimento en solitario. De Tánger a Casablanca, y de Casablanca hasta llegar a Las Palmas de Gran Canaria el 3 de septiembre. Tras poco más de un mes de preparación en las islas Canarias, durante el que le dió tiempo a ir a conocer a su hijo recién nacido a París, el francés se lanzó a la aventura el 19 de octubre desde el Puerto de la Luz, rodeado de numerosas embarcaciones de curiosos. Por delante, 5.000 kilómetros de océano hasta la meta final de las Antillas.

A bordo de L’Heretique, Bombard llevaba un sextante, un reloj y una lona para cubrirse como todo equipaje. Aunque se embarcaron algunas provisiones, un notario marcó con un sello el paquete para certificar a la llegada que Bombard no las hubiera utilizado. El francés se fabricó un arpón atando un cuchillo con la punta doblada a un remo, y con las espinas de su primera captura se hizo anzuelos para pescar. Utilizaba un calcetín atado a una cuerda para recoger unas dos cucharadas de plancton cada día, que sabía bien, con un regusto similar a las gambas según el francés, a diferencia del pescado crudo.

Además de alimento, el pescado le proporcionaba agua dulce, cortando la carne de los peces pequeños en trozos y exprimiéndolos con una camisa, sacando una mezcla de grasa y jugo de sabor desagradable; con los peces grandes, podía hacer cortes en su cuerpo y beber el jugo directamente. Para completar las necesidades de hidratación, Bombard recurrió al agua de mar, tomando pequeñas cantidades (no más de un litro al día) en cucharadas cada 20 minutos, dejando que la saliva diluyera la sal del mar en la boca.

 

Otras penalidades envolvieron la aventura de Bernard. Una tormenta reventó la vela, y tras sustituirla por la de repuesto, una nueva ráfaga de viento se llevó la nueva, así que el francés no tuvo más remedio que remendar la original y utilizarla hasta el final del viaje. Poniéndose en su papel de náufrago, Bombard no contaba con ropa impermeable, así que ya desde el segundo día de viaje estaba calado hasta los huesos (esto le sirvió para advertir que incluso la ropa mojada retiene el calor, y es mejor alternativa que quitársela).

Navegando a merced de los vientos y las corrientes, Bombard se mantenía alejado sin saberlo de las rutas comerciales. En todo su viaje, tan solo se encontró con dos buques. A mediados de noviembre, el carguero Arakaka se tropezó con el náufrago voluntario, al que invitó a subir a bordo. Aunque Bombard se negó en un primer momento, la noticia de que se encontraba unos 1.000 kilómetros más al este de lo que pensaba (y más lejos de su meta) casi acaba con sus fuerzas tras cincuenta y tres días de viaje. Así que subió al buque y aceptó una ducha y una comida ligera. A pesar de todo, este encuentro le dió al francés la moral y las fuerzas que necesitaba para acabar su viaje, y una vez que aprendió a calcular correctamente la longitud, volvió a su balsa.

El 23 de diciembre de 1952, Alain Bombard, el náufrago voluntario, el hereje, alcanzaba Bridgetown, la capital de Barbados, tras sesenta y cinco días de viaje, 4.400 kilómetros, completamente exhausto, con veinticinco kilos menos de peso y una grave anemia, deshidratado, desnutrido, con un trastorno en la vista.

Tras el viaje Bombard relató su aventura en el libro “Náufrago voluntario”, que rápidamente se convirtió en un éxito editorial. Las reacciones no se hicieron esperar, y aunque el médico recibió más de diez mil cartas de agradecimiento por su proeza y lo que había demostrado con su ejemplo, algunos lo tildaron de loco y lo acusaron de haberse alimentado durante el viaje.

Condecorado con la Legión de Honor y la Orden al Mérito Marino, Bombard se involucró en política, llegando a secretario de estado de Medio Ambiente durante un mes en 1981 y eurodiputado durante catorce años. Además, su apellido bautizó una línea de embarcaciones filial de Zodiac, las Bombard, de las que se convirtió en su representante. El 19 de julio de 2005, el médico, biólogo, escritor, político y aventurero francés fallecía en París. Aunque la persona ya no esté entre nosotros, su nombre y su aventura perdurarán para siempre.